“Si una palabra vale una moneda, callarse vale dos”
Talmud, Meguilá
Por Eliezer Shemtov
Cuentan de un hombre que
había realizado cuarenta días de Ayuno Verbal, o sea cuarenta días seguidos sin
hablar como una manera de lograr la expiación. Lo que lo motivó a realizarlo
fue que le habían dicho que luego de hacer ese tipo de ayuno uno merecía ver al
profeta Eliahu.
Al completar su período de
ayuno y no ver al profeta Eliahu se sintió defraudado. Fue a su Rabino a
quejarse. “Realicé el Ayuno Verbal durante cuarenta días y no merecí ver al
profeta Eliahu,” dijo, con lágrimas en los ojos.
El Rabino lo llevó a la
ventana de su despacho y abrió la cortina. “¿Qué ves ahí, debajo de aquel
árbol?” preguntó, apuntando a un punto en la distancia.
“Veo un burro,” respondió
el hombre.
“Pues ese burro tampoco
habló durante los últimos cuarenta días… No alcanza con simplemente no hablar;
depende qué se hace en lugar de hablar,” aclaró el Rabino.
Hace años que estoy trabajando para lograr que se
incorpore el Minuto de Silencio en la red escolar pública del Uruguay.
¿De qué se trata?
Se trata de empezar cada día de escuela con un minuto
de reflexión en el cual el niño debe pensar.
¿Pensar en qué?
Debe consultar con sus padres o guía espiritual en
cuanto a la respuesta a esa pregunta. El Estado puede imponer un minuto para
pensar, pero dada la separación entre Iglesia y Estado, no puede incidir en el
contenido de ese minuto.
El propósito de dicha propuesta, apoyado y
promocionado por el Rebe de Lubavitch, Rabino Menachem M. Schneerson, que su mérito
nos proteja, es empezar el día reflexionando sobre el “ojo que ve y el oído que
escucha”, la Providencia Divina que nos acompaña en todas partes.
Hay Estados en los EE.UU. en los cuales dicha
propuesta es obligatoria en todas sus escuelas públicas y hay Estados en los
cuales es opcional; cada escuela decide si quiere o no quiere implementarlo.
Dado que hay una separación entre Iglesia y Estado, no
se puede promover ningún contenido oficialmente, pero cada padre puede sugerir
a sus hijos lo que quiere, y es la responsabilidad de ellos enseñarles a sus
hijos de qué manera aprovechar el minuto de reflexión al principio del día.
Se ha comprobado que en las escuelas que lo
implementan hay cambios positivos medibles en cuanto a la conducta de los
alumnos y al involucramiento de los padres en la educación de sus hijos. Hay
más presentismo y menos repetición.
Quise ver cómo se implementaba el Minuto de Silencio
en la práctica y me contacté con una escuela pública de Nueva York que lo hacía
para ir a verlo.
Me fijaron día y hora y fui a saciar mi curiosidad.
Fue una experiencia muy conmovedora. En determinada
hora se anuncia por los parlantes ubicados por todas las clases que está por
empezar el minuto de silencio. Todos los alumnos como también el personal paran
lo que están haciendo, juran fidelidad a la bandera, y luego, durante un
minuto, reflexionan en silencio. Nadie tiene por qué saber lo que piensan los
demás.
Tuve oportunidad de charlar con los alumnos y escuchar
sus opiniones sobre el tema. Algunos compartieron lo que pensaban, mientras que
otros compartían el efecto positivo que tenía en su vida.
¿Por qué cuento esto?
Vivimos en un mundo de mucho ruido. Hay cada vez más
sofisticados métodos de comunicación instantánea global. Todos opinan y todos
quieren ser escuchados.
Según estudios hechos, entre un tercio y una mitad de
la sociedad es introvertida, los que siguen “cortando el bacalao” son,
generalmente, los extrovertidos.
Mi abuelo, Bentzion Shemtov, quien vivió en Rusia
durante la revolución bolchevique, era uno de aquellos que hablaba poco,
pensaba más y hacía más aún. Solía decir: “Hay que saber hablar con los ojos.
¿Para qué, entonces, está la boca? Para tenerla cerrada…”
Si todos incorporáramos un Minuto de Silencio al
principio de cada día para pensar en el por qué y para qué de nuestra
existencia, lograríamos una sociedad más sana y más feliz.
El valor del silencio “Si una palabra vale una moneda,
callarse vale dos”. 1 1 Talmud, Meguilá