jueves, 31 de octubre de 2019

LOS ZOÓLATRAS

LOS ZOÓLATRAS (15,14-19)



El séptimo y último ejemplo de idolatría, último grado de la degradación, es la zoolatría reservada a los animales más viles. Después de los hombres insensatos (mataíoí, 13,1), los desgraciados o miserables (talaíporoí, 13,10), tenemos aquí los más insensatos
55. Ibíd., 147-148.
(afronestatoí, 15,14), que son los egipcios, «enemigos de tu pueblo», que veneran a la vez a los ídolos de las naciones (vv. 15-17) y a los animales vivos (vv. 18-19). Esta vuelta a los egipcios, presentes desde Sab 11-12, prepara la última sección de Sab 16-19, en la que el autor retoma la synkrísís, la comparación de los castigos y de los beneficios.

Los vv. 15-17 describen la impotencia de los ídolos de las naciones al oponerse al hombre viviente, creación e imagen de Dios. Sal 115,4-8 lo enuncia en términos similares, así como Sal 135,15-17; Dt 4,28 o Dn 5,23. Los vv. 18-19 denuncian el culto a los animales. Esta crítica está atestiguada en la tradición profética de Israel desde el asunto de los becerros de oro de Jeroboán (1 Re 12,26-33; Am 8,14; Os 8,5-6; 10,5-6) hasta la destrucción de la serpiente de bronce del templo por Ezequías (2 Re 18,4). El culto a los animales vivos era corriente en la religión de los egipcios: gatos, perros, cocodrilos, hipopótamos, ave fénix, serpientes, como lo atestiguan diversos escritos judíos de Egipto.
«¿y qué decir de los otros triples absurdos, egipcios y semejantes, que ponen su confianza en animales, con mayor frecuencia en serpientes y animales feroces, se postran delante de ellos y les ofrecen sacrificios mientras viven y cuando están muertos?» (Garta de Arísteas, 138).
«En cuanto a los egipcios, no sólo incurren en la reprobación que alcanza a todas las regiones comúnmente, sino incluso en otra que no se puede dirigir, en buena ley, más que a ellos solos. Además de a las estatuas y a las imágenes, es también a bestias desprovistas de razón, toros, carneros y machos cabríos, a las que han conferido los honores divinos» (De Decalogo, 78; cf. De víta contemplatíva, 8. Gf. también Oráculos Síbílínos, 111).
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El punto final de la crítica de la idolatría nos remite al Génesis, a la maldición de la serpiente en Gn 3,14: la serpiente engañó al hombre y a la mujer y así les alejó de Dios. Pero con anterioridad, nuestro sabio habrá señalado que la creación de los animales salvajes (Gn 2,24-25) no concluye con una bendición. La maldición de la serpiente del Génesis alcanzaba igualmente a los animales de los que el hombre infiel a Dios era propietario (Ot 28,18). En las leyes de Israel, los animales abominables son objeto de una prohibición alimentaria (Lv 11,41-45); por tanto, la zoolatría de los egipcios no puede más que suscitar una repulsión instintiva en el israelita fiel a las prohibiciones del Levítico y que recuerda siempre el drama del jardín del Edén (Gn 3).
Así acaba este tratado sobre la idolatría. Nuestro sabio recuerda a sus contemporáneos que tanto para los paganos como para los israelitas ninguna espe
ranza de salvación es posible sin la renuncia a los ídolos. «La consecuencia normal de este deterioro del sentido de Dios es la corrupción de toda vida moral: con ella se atenta contra cualquier valor humano, la vida personal, la vida conyugal, la vida social. (...) Los mandamientos fundamentales del Decálogo son violados. (...) La fidelidad actual de Israel ha cedido a la idolatría, desde el Sinaí, durante la aventura del Becerro de oro. El Dios que descubrió entonces se proclamó a sí mismo misericordioso, lento a la cólera. Israel volvió de su pecado y la salvación le fue concedida por la misericordia de su Dios, Dios de la Alianza que, por el don de la Sabiduría, restaura al hombre pecador. En efecto, la Sabiduría es la que aporta a Israel el conocimiento de Dios» 56.

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